Francesco no puede ocultar su felicidad |
Era
noche cerrada cuando Francesco, de 11 años, y su hermano Lorenzo, de 9,
se bajaban del coche para emprender la que se iba a convertir en la
aventura de su vida. Nada más poner pie a bordo sus ojos se iluminaron.
Manolo, el patrón, les guió por los 25 metros del Aranauimarc, un barco
lleno de sorpresas a la vista de un niño. Café para los padres y una
taza de chocolate con galletas para los pequeños, mientras Manolo les
cuenta a todos el plan de viaje.
La
familia no quiere perderse ningún detalle. Apenas acaban de desayunar y
ya están todos en la terraza superior contemplando cómo se van alejando
las luces del puerto de Palma mientras por la proa se abre camino un
cielo estrellado que da paso a perderte en las constelaciones que se
dibujan en el horizonte, pero hay algo que intriga a Francesco y Lorenzo
mucho más que el Cinturón de Orión: El puente de mando del Arnauimarc.
Los hermanos no se pierden detalle del puente. |
La
tranquilidad dura poco. Acaba de saltar una alarma que advierte que las
redes soportan un peso excesivo. Se trata de la primera tirada que se
hace a 60 metros de profundidad. Hay que subir las redes con urgencia
pero se trata de una maniobra lenta y peligrosa porque en cualquier
momento se pueden quebrar los cables y perder todas las artes.
Los delfines saltan y nadan alrededor del barco. |
Por
fin, la tripulación del Arnauimarc ha logrado subir las redes y al
abrirlas sobre la cubierta caen toneladas de algas. Las excepcionalmente
altas temperaturas del mar han provocado que proliferen en estas
fechas. Un pulpo que acaba de escapar y repta por la cubierta distrae de
las operaciones a Fabio que trata de cazarlo, en vano, pues cada vez
que logra cogerlo se le escurre de entre las manos.
Una
montaña de algas esconde las capturas de la primera tirada de redes.
Los ojos de Francesco y Lorenzo se abren como platos ante la oportunidad
que se les presenta: Encontrar los peces, como si de una aguja se
tratara, en ese inmenso pajar de algas que se ha convertido la cubierta
del barco.
Equipados
con guantes especiales y palos se unen a la tripulación en la tarea de
seleccionar y encontrar los peces. Es su primer contacto con un mundo
completamente nuevo y asombroso, mientras sus padres divertidos con la
situación inmortalizan cada detalle desde la terraza superior.
Poco
a poco de la inmensa montaña de algas, Francesco y Lorenzo van sacando
calamares, pulpos, cangrejos ermitaños, estrellas de mar, cap roigs,
arañas... mientras juegan con la tripulación, como si de un concurso se
tratara, a aprenderse los nombres y a saber cómo se cogen sin peligro de
pincharse. "Siempre por la cola", les indica Juanito.
Por
unos minutos, Manolo detiene el juego y envía a los niños a la terraza
superior con sus padres mientras se vuelven a echar las redes. Esta vez a
500 metros de profundidad. Apenas ha comenzado la operación y los
hermanos ya están impacientes por volver a bajar a la cubierta y
terminar el trabajo.
Francesco y Lorenzo, dos más de la tripulación. |
Es
entonces cuando llega el momento de que Francesco y Lorenzo pasen de
simples grumetes a conocer todos los secretos de los auténticos lobos de
mar. Aprenderán a pescar con caña y hasta la técnica del curricán con
un aparejo completamente artesanal que acaba de confeccionarles la
tripulación. Francesco, el mayor, a estribor con la caña y un curricán,
mientras el pequeño de los hermanos prueba suerte a babor.
Es
pleno noviembre pero hace un sol deslumbrante. La excusa perfecta para
la madre para relajarse tomando el sol y leyendo un libro, mientras se
deja llevar por la brisa del mar. Fabio, que es como se
llama el padre, aprovecha que los pequeños han vuelto al puente con
Manolo para, como un niño más, comprobar si los peces pican.
A
Francesco y Lorenzo les encanta estar en el puente con Manolo. En
realidad lo persiguen por todo el barco para que les cuente historias
marineras. Este pescador, con 40 años de experiencia, es una fuente
inagotable de leyendas, de las que los dos hermanos no se quieren perder
ni una sola palabra, que siempre vienen precedidas de decenas de nuevas
preguntas.
Juanito
llama a todos al comedor. Ya está lista la comida: Un auténtico arroz
marinero. Primero hacen el caldo con cangrejos ermitaños, arañas de mar,
cangrejos, salmonetes... y después hierven el arroz acompañado esta vez
con calamares y musola. Sencillamente exquisito y aun más si todo ello
está acompañado con un alioli hecho a mortero. "Esto es increíble".
"El mejor pescado que hemos comido", coinciden todos los miembros de la
familia. Un gran halago cuando procede de unas personas que se han
sentado en los mejores restaurantes de Egipto, Italia o Estados Unidos,
que son algunos de los lugares donde han vivido.
"Un arroz marinero increíble". |
Pronto
la comida se convierte en una fiesta, en donde los niños demuestran que
ya se saben todos los nombres de los peces, mientras Juanito les enseña
y ayuda a limpiar el pescado, que tradicionalmente se come antes del
arroz. Los pequeños han superado con nota el examen. De premio, un flan
con nata, que apenas se acaban porque están impacientes por ver si ha
picado algún pez durante el tiempo que ha durado la comida.
Han
picado... pero se han escapado. Incluso alguno debía de haber sido muy
grande porque ha sido capaz de cortar de una dentellada el curricán y
llevarse consigo parte del aparejo. Manolo les explica que posiblemente
se trataba de un atún ante el asombro de los hermanos.
La
llegada de nuevo de los delfines pone fin al episodio y anuncia el
momento más esperado por Francesco y Lorenzo. Las redes vuelven de nuevo a
izarse. Esta vez Manolo tiene que ejercer de toda su autoridad para
mantener a los niños en un sitio seguro. Están hipernerviosos y les
puede la impaciencia.
Por
fin se abren las redes y sobre la cubierta caen miles de peces. Los dos
hermanos están entusiasmados ante la tarea que les espera. Y esta vez,
además, no hay algas. Todos son peces. Miles de peces de todos los
tamaños y variedades.
Ahora
Francesco y Lorenzo son un miembro más de la tripulación. Ya no
preguntan. Saben perfectamente en qué caja va cada pescado o cuáles son
los que se devuelven al mar. Cada nuevo pez que sacan de la gigantesca
montaña se convierte en una fiesta y no pierden un segundo para
mostrárselos a sus padres, que desde la terraza sacan miles de fotos.
Los pequeños quieren un recuerdo para toda la vida... Ahora foto con una
raya. Más tarde un pulpo. Una musola...
Francesco con uno de sus trofeos. |
Los
padres están disfrutando como nunca... sobre todo de ver el entusiasmo y
felicidad con las que Francesco y Lorenzo han vivido cada segundo de esta
fascinante experiencia. "Nosotros como adultos lo hemos pasado muy
bien, pero no tiene comparación con los niños que se lo han pasado
increíble", confiesa la madre a Manolo, cuando salta una nueva sorpresa.
Los pequeños han encontrado en el montón de peces dos crías de tiburón
que rápidamente han metido en un cubo con agua y que quieren llevárselas
de mascotas. No se separarán de ellas hasta llegar a Palma. Finalmente
entre Manolo y sus padres les convencen que no se las pueden llevar a
Madrid, donde ahora viven, y Francesco y Lorenzo, resignados, devuelven al
mar a sus improvisadas mascotas.
El
viaje va llegando a su fin. La familia apura los últimos momentos en la
terraza del Arnauimarc inmortalizando la Catedral de Palma y el
castillo de Bellver que ya se dibujan nítidamente en el horizonte. Llega
el momento de la despedida. Manolo les regala a todos unas piedras de
Santa Lucía, un talismán de la buena suerte para los pescadores y que
los pequeños guardan como un auténtico tesoro.
La vista de la catedral de Palma pone fin a la aventura. |
Los
abrazos y las muestras de cariño se suceden... Y es entonces el único
momento en el que los ojos de Francesco y Lorenzo muestran tristeza. Han
sido 12 horas de una aventura fascinante... pero los pequeños tienen una
queja: "Ha durado demasiado poco. No queremos que se acabe".
Que gran experiencia para unos niños tan jóvenes..Seguro que la recordaran siempre!
ResponderEliminarMira si lo recordarán que les impresionó más que avistar ballenas en libertad en California
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