Héroes anónimos: Vida y muerte en el mar

El mar era una balsa. Aun era noche cerrada. Nada presagiaba que aquel 10 de septiembre de 1988 se iba a abrir el infierno a pocas millas de sa Dragonera y que la vida de una decena de hombres dependería de la pericia y la valentía de un auténtico lobo de mar. Eran poco más de las cuatro de la madrugada cuando Rafael Más abandonaba el puerto de Andratx al timón del Faraón rumbo a los caladeros de gambas de Sóller. A su estela iba el Asoah, capitaneado por Tomás Molina.

Posiblemente era la misma hora en la que tres décadas después partiría del puerto de Esmirna, en la otra esquina del Mediterráneo, Recep Ervan, un curtido pescador turco que ha protagonizado la gesta de la semana al rescatar y salvar la vida a un bebé de 18 meses que se encontraba a la deriva en alta mar, tras hundirse la balsa en la que 15 refugiados sirios trataban de alcanzar la costa griega.



Nada más abandonar la protección de sa Dragonera el cielo se oscureció, haciéndose repentinamente de nuevo la noche. La inesperada tormenta ya levantaba olas de hasta diez metros. El mundo de la pesca es bastante singular y si algo incomoda especialmente a los pescadores es que otro barco faene a su lado. Aquel día por fortuna no se cumplió esa regla no escrita y el Faraón se encontraba próximo al Asoah, un arrastrero de esos que por aquellos años lo mismo faenaban en aguas del Sáhara que en las de Baleares.

Hace tres décadas tenías que guiarte por el sistema de localización que los norteamericanos tenían en sus bases del sur de Italia. Tampoco se habían inventado aun los mil y un instrumentos con los que están equipadas las embarcaciones de ahora, como el pesquero turco de nuestra otra historia. Prácticamente dependías exclusivamente de la pericia de los patrones con la única ayuda de obsoletas radios. Fue así como Rafael tuvo conocimiento de que el Asoah empezaba a tener problemas. Las bombas no daban abasto y la tripulación había comenzado a achicar el agua de forma desesperada con cualquier medio a su alcance.

Rafael al ver cómo el magestuoso arrastrero de 30 metros de eslora comenzaba a escorarse debió sufrir la misma desesperación e impotencia que los pescadores turcos mientras se acercaban al cuerpo prácticamente sin vida del pequeño Muhammad. "¡Oh dios mío! ¡Hay un bebé flotando en el agua! ¡Parece que aún está vivo!, gritaba angustiado Recep Ervan.

La situación era cada vez más complicada en el Asoah. El agua llegó a la sala de máquinas y los motores enmudecieron. De forma milagrosa, lograron arrojar unos cabos desde el Faraón, mientras que Rafael al timón trataba de mantener el rumbo firme. La única salida era intentar remolcar a puerto al viejo arrastrero sahariano antes de que las olas ya tan altas como los escarpados acantilados de la Serra de Tramuntana lo mandaran al fondo.

El pesquero Asoah se hundió en Dragonera
El viejo pesquero Asoah
Las cuerdas se quebraron. No aguantaron la fuerza de la tormenta ni las cientos de toneladas de peso muerto en que se había convertido el Asoah por la entrada masiva de agua, que había anegado prácticamente todo el buque. El barco, con la popa ya medio sumergida, quedó a la deriva. La vida de sus cinco tripulantes nunca había sido tan incierta.

La supervivencia del pequeño bebé sirio también pendía de un hilo: Después de cinco horas en el mar, sus pulmones estaban encharcados, sufría hipotermia, echaba espuma por la boca y se hallaba inconsciente. Los pescadores turcos no perdieron un segundo y en el dramatismo del momento tuvieron la calma suficiente para que el niño expulsara primero el agua de sus pulmones y volviera lentamente a la vida.

La misma determinación y diligencia mostrada por Recep Ervan fue la que tuvo Rafael 27 años antes. En una maniobra temeraria y solo al alcance de la pericia de un auténtico lobo de mar, logró interponer su barco entre el viento y el Asoah, de tal forma que la balsa en la que se encontraban los cinco tripulantes del viejo arrastrero sahariano pudiese alejarse del barco semihundido y aproximarse en medio de la tormenta al Faraón.

El rescate fue dramático. Esta vez las olas jugaron a favor de los náufragos del Asoah y gracias al impulso de sus crestas lograron alcanzar las manos salvadoras de la tripulación del Faraón. En el mismo momento que el último pescador era izado a bordo, el viejo arrastrero desaparecía para siempre bajo las aguas. Todos estaban a salvo.

Lo mismo que el pequeño Mohammad Hasan que se recupera, ya fuera de peligro, en el Hospital Estatal de Esmirna. La decidida actuación de los pescadores turcos ha evitado repetir una tragedia como la del pequeño Aylan Kurdi que conmocionó al mundo. Las imágenes del rescate de Mohammad también han inundando las redes sociales. Del salvamento del Asoah no hay ni siquiera fotografías. Solo queda constancia de aquella azaña por una señal anómala que salta en el radar cuando navegas por un determinado punto de sa Dragonera, donde descansan sus restos... y por el profundo agradecimiento que tres décadas después aún se profesan los protagonistas de esta olvidada gesta. Son nuestros héroes anónimos.

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